Verdad por Correspondencia
"Buscar las raíces no es más que una forma subterránea de andarse por las ramas." José Bergamín
sábado, 23 de octubre de 2021
Ilusión
lunes, 28 de junio de 2021
Tiempo
Llegué demasiado temprano y me senté a esperar. ¿A esperar
qué? Que pase el tiempo. La idea se me quedó en la cabeza: "estoy sentada
en la banqueta esperando a que pase el tiempo".
Después de unos minutos alcancé a ver con el rabillo del ojo
que alguien venía. Me giré inquieta, pensando ¿¡Será el tiempo!? Pero no, sólo
era un bato en bici.
Cuando miré la hora, ya se me había hecho tarde.
sábado, 6 de febrero de 2021
Tapachula
martes, 3 de noviembre de 2020
Causas
Aprendo que muchas cosas tienen causas. Es importante aprender las causas de cosas como las guerras y las revoluciones. Casi siempre hay cuatro causas que caben en una línea cada una.
Me pregunto si las cosas buenas también tienen causas. A lo mejor hasta yo tengo causas, pero no llenarían cuatro líneas porque sólo soy una niña. Creo que las causas están antes de la cosa. ¿Los papás contarán como causa? Napoleón era causa de una de las guerras que vimos y él era una persona, así que yo creo que sí. (Bueno, no él, algo que hizo él). Aunque la verdad me gustaría más otra cosa: ‘Pangea’ me parece mucho más divertido, o ‘La migración de las mariposas monarca’.
A lo mejor las guerras no pueden escoger sus causas, pero la gente sí. ¿Por qué nadie me habrá preguntado que cuáles son mis causas? Tengo respuestas bonitas. Aunque, la verdad, la verdad, no sé lo que son las causas y me da pena preguntar porque seguro ya lo explicaron pero yo no escuché.
Soy distraída, me dicen. Eso me preocupa porque a lo mejor por eso me quedé sin causas. Tenía que escogerlas para que las anotaran en una lista, como los animales para la exposición, y yo no dije nada por estar pensando en otra cosa y por eso me tocó la esponja marina, que además yo no sé ni si es animal, o es planta o qué.
miércoles, 7 de octubre de 2020
Raíces adventicias
Creí que había muerto. Hace unas semanas empezó a ponerse amarillo y cuando lo acaricié una bandada de palomillas blancas levantaron el vuelo. Polvo de palomillas en mis dedos como si me hubiera manchado de gis. Debió haber sido hermoso si yo hubiera sido chiquitita y lo contemplara todo desde abajo: Pájaros magníficos, los bichitos que le chupaban la sangre a mi pepino.
Creí que yo lo había matado porque le eché agua con jabón como me dijo el señor del vivero, pero se me olvidó secarlo después, como me dijo el señor del vivero. Además olía un poco a cloro. Creo que también se me olvidó lavar el tubito del aspersor y la desinfección terminó siendo demasiada.
Las hojas ya no eran amarillas. Ya no eran. En el lugar donde alguna vez estuvieron había tristezas parduzcas y arrugadas. Alguien me dijo una vez que si les quitas a las plantas las hojas dañadas tienen más energía para que crezcan las partes sanas. Miré largamente a mi pepino en busca de partes sanas pero terminé perdiéndome en los garabatos que forman los tentáculos (en internet encontré que se llaman ‘raíces adventicias’ y no estoy segura de que sea cierto, pero lo pongo porque me gustó el nombre) para aferrarse a la guía. Es hermoso, aunque no sepa a dónde ir. Algunas no se aferran a nada y sólo cuelgan y se enroscan en el aire. Tal vez todos deberíamos de ser un poco más raíces adventicias.
Lo siento, divago. Mis plantas me han enseñado a ser paciente (el pepino no, hasta ahora había crecido con desesperación) así que tomé las tijeras y corté con mucho cuidado pero sin piedad todas las partes enfermas. Dejé que las hojas muertas cubrieran el suelo y les pedí que nutrieran a la planta, aunque también pensé que tal vez esa no era la mejor manera de acabar con una plaga.
Pensé que lo había matado porque ya no se parecía a sí mismo. Sólo le quedaba una hoja verde y diminuta. Seguí esperando, impulsada un poco por la esperanza más la ternura de la hoja menos los inconvenientes prácticos que suponía arrancarlo.
A los pocos días mi pepino volvió a cubrirse de amarillo, pero esta vez eran flores. Si creyera en dios le pediría que me podara. Tal vez estoy rezando. Tal vez esta es la forma que tiene dios de hacer lo que le pido. Amén.
domingo, 6 de septiembre de 2020
Raíces
Hace mucho que no escribo. Hace más todavía que no escribo algo que me parezca que vale un poquito la pena. No sé por dónde empezar. Escribir es como deshacer nudos. Necesitas encontrar una hebra para tirar de ahí.
El problema es el encierro. Quiero decir que en el encierro está todo demasiado cerca de sí mismo y es imposible encontrar nada. Me muevo despacio para no tropezar, para no lastimarme, para no arrancar las hierbas que nacen.
Me muevo en cámara lenta y eso hace que el tiempo pase más de prisa. Aunque tal vez al tiempo no le importo yo, ni mis precauciones, ni el sonido del agua.
Creo que el tiempo se escurre por la vida como el agua sobre la tierra muy seca y después crecen flores en lugares impredecibles.
Creo que todo esto es una metáfora de algo pero no sé de qué. No sé si yo sería el agua o la grieta o el lugar impredecible. No soy una flor, o es lo menos probable, aunque cuando siembro sí soy una planta, pero no la más grande, ni la más fuerte ni la primera en nacer. Soy esa planta más bien tímida con una hoja más pequeña que la otra y que no ha logrado soltar la semilla y se arquea un poco en dirección al sol.
Creo que secretamente mis plantas saben que las quiero. Por eso echan raíces. Mis plantas echan raíces porque así ni a ellas ni a mí nos llevará el viento, aunque a veces sintamos que estamos a punto de ahogarnos en una grieta en un lugar impredecible.
Esto no es lo que tenía pensado escribir cuando subí por la libreta.
Creo que mi cabeza es un jardín al que no entraba en mucho tiempo, por eso ya no recuerdo a dónde llevan los caminos y tengo que detenerme a levantar la maleza. También creo que la maleza son sólo plantas que tienen un nombre que yo no conozco, por eso no las arranco aunque muchas veces se me enreden en los pies. Tal vez yo soy la maleza. Lo que quiero decir es que no hay sendero y por eso termino escribiendo cualquier cosa. Parece que se me olvidó lo que estaba buscando cuando entré al jardín y me moví por donde pude para no molestar a las plantas.
Creo que las plantas sabían que iba a venir a visitarlas y me llevaron a los sitios donde hacía falta remover la tierra y encontrar una grieta y dejarme de historias.
miércoles, 8 de abril de 2020
Confinamiento
Tengo que
usar el teléfono para saber qué día es, de otra forma me pierdo aunque cuente
con los dedos de las manos.
Ayer
estaba convencida de que en la noche era viernes porque los vecinos tenían fiesta.
Razonamiento correcto con premisas falsas.
Escribo
para entenderme, pero a veces prefiero jugar en los charcos por miedo a la
marea. No me gusta que se me meta el agua en la nariz. Los charcos son Netflix,
limpiar el polvo, el Profesor.
Tocan a la
puerta y me doy cuenta de que me estaba aguantando las ganas de llorar. Sonrío
y acomodo las naranjas en el refri. La cocina vuelve a estar sola y en orden
otra vez. Yo nada más vuelvo a estar sola. Por eso escribo.
Escribo a
tientas con una mano sobre las grietas pero no encuentro las repisas, no sé
dónde poner las naranjas, ni la risa, ni el miedo. Tengo que sacar eso de la
estufa, ni la paciencia, espero, estornudo, me lloran los ojos, lloro, cebolla,
no veo.
No sé qué dejar en el suelo y qué seguir cargando. Algo huele a podrido,
pero no lo encuentro.
Empujo todo con los pies y me tumbo en el suelo a hacer ángeles
de nieve.
Tal vez no sea verdad, pero nadie está aquí para verlo.