The same (sort of) but in English

domingo, 26 de enero de 2020

Dudas



Nguenyyiel. Refugiados. Campo de refugiados. Sudán del Sur. Guerra. Trato de formarme una imagen en la cabeza y no lo logro. Visualizarlo me resulta muy difícil aún después de semanas de leer al respecto; peor aún, cuanto más leo más complejo se torna y por lo tanto más difícil me resulta imaginarlo. 

Leo también que organizaciones internacionales importantes, de esas que tienen muchas siglas en el nombre, coinciden en que la educación en los campos de refugiados es de una importancia capital porque devuelve a los niños un cierto sentido de normalidad, además de ayudarlos a convertirse en individuos productivos para la sociedad. Preguntas sobre la normalidad aparte, encuentro difícil conciliar esta sentencia con las estadísticas atroces que nos presentan unos párrafos más adelante sobre el miedo, la violencia y el hambre. 

Confesión: Aunque he sido maestra durante algunos años, no tengo claro qué es la educación, por más que haya tratado de enfrentar seriamente la pregunta. 

Lo que sé: En Nguenyyiel hay niños, hay maestros, hay algo parecido a una escuela y mi tarea es ayudar a los maestros de esa escuela a mejorar la calidad de la educación de esos niños. 

Lo que no sé: Qué hacer. ¿Qué clase de currícula es pertinente en situaciones así?, ¿qué merece el título de educación en esos casos?, ¿qué es pertinente pedir y qué es lo mejor que se les puede ofrecer a los niños que han sufrido en carne propia las peores caras del hombre?

Apuesto de momento por tejer a través del diálogo con preguntas que nos ayudan a encontrarnos. Si la libertad fuera un color, ¿cuál sería? Si la familia fuera un animal, ¿qué animal sería? ¿y la paz? Pero hay otra que se queda conmigo: Si la educación en este sitio fuera un pájaro, ¿podría volar?  






domingo, 19 de enero de 2020

Polvo


Meskel Square


Me sorprende la omnipresencia de la pobreza. La miseria se desborda por todos los frentes: se ve, se escucha, se huele, se toca con la mano, se confunde con la no miseria y la interpela, volviéndola también miserable y haciéndola sentir incómoda. Lo mínimo es privilegio frente al que no tiene nada.

A donde se dirija la mirada, el paisaje aparece cubierto por capas de abandono: Edificios a medio construir, calles a medio hacer, casas que se quedan en el intento, coches a punto de colapsar, basura acumulada y todo cubierto insistentemente por el polvo.

No hay forma de no verla. Aquí no hay dónde esconderse para sacarle la vuelta y olvidar. La pobreza está en todas partes y desde el segundo piso del edificio triste y desconchado en donde duermo se ven pasar los que no tienen nada. Y desde el autobús que sigue en pie gracias a algún conjuro milagroso, se ve a los que no tienen nada. Y desde la calle, a pie, se ve a los que no tienen ya fuerzas ni voluntad para seguir andando.

lunes, 13 de enero de 2020

Frey



Antes nosotros éramos una buena civilización. Fuimos de las civilizaciones más avanzadas hace muchiiiiiisimos años. Todavía algunos de nuestros antepasados hicieron historia, pero los de mi generación no vamos a hacer historia. Somos un país atrasado. Tal vez volvamos a hacer historia, pero en muchiiiiisimos años. La culpa la tiene la religión. 

Nos esclavizaron y después nos trajeron la religión, que para mí es otra forma de esclavizar porque te destruye la mente. Nos quitaron nuestra cultura, nos trajeron la religión que no nos deja trabajar porque tenemos miedo. Hay muchos santos, muchos días festivos en los que tienes que quedarte en tu casa. Hace poco fue Navidad y en unos días viene la fiesta de... ¿cómo se llaman esos con alas? ¡Ángeles, sí! La fiesta de Gabriel, ese es un ángel. Si es así todo el tiempo, ¿cómo vamos a mejorar?

Rezar es bueno. Hay que estar con dios. Pero eso se puede hacer en un momento antes de salir de tu casa y tener algunos días festivos, sólo las fechas muy importantes, pero sin dejar de trabajar. 

Además, también nos roban. A los que tienen una mente muy buena les ofrecen un poco de dinero en algún país extranjero y se los llevan. Nos quitan a los inteligentes. Digo que nos los roban porque esos, aunque vuelvan, ya son distintos. Ahora ven las cosas de otro modo y dejan de ser parte de nosotros, por eso muchos se quedan allá. 

Todo esto me lo explica Frey a raíz de que me acerqué a preguntarle qué se podía hacer un domingo en Addis Abeba y me sugiriera ir a la plaza de Menelik II si quería saber algo más de su historia, de la que también me explica un poco. Me cuenta cómo es que Etiopia, Djibouti y Eritrea fueron en algún tiempo el mismo país y las razones de que ahora estén divididas y se enreda en una discusión con Abraham, que llegó hace un momento, sobre su calidad de héroe patrio. 

Salam! Yo saludé a Frey en amhárico por hacer la gracia, pero el resto de la conversación se dio entre inglés, gestos y Google, y se vio interrumpida sólo por las escasas ocasiones en las que ella tuvo que contestar el teléfono o atender a algún otro huésped, cerca del final del final de una jornada de 24 horas por la que le pagan $1.50 dólares.  




martes, 7 de enero de 2020

Wondu

La vista desde mi hotel en Addis Abeba

Después de unos días en Sevilla que se merecen su propia entrada de lo bonitos que fueron llega el tan esperado momento. Ahora sí ya me voy a Etiopía, mañana, en pleno Día de Reyes para amanecer en Navidad. Sí, todavía no entiendo por qué, pero en Etiopía, además de que estamos en el año 2012 según su calendario de 13 meses (doce de los cuales son más o menos largos y el último dura unas veces 5 días y otras 6. En esos días, como no supieron muy bien qué hacer con ellos, no cuentan, y como no cuentan, se trabaja sin paga). Todo esto me lo cuenta Wondu, el chofer que me llevó del aeropuerto al hotel, pero todavía falta un rato para conocer a Wondu. 

En la cola del aeropuerto hay mucha gente, muchos niños y muchos bultos. No lo entiendo, ¿para qué quiere toda esta gente ir a Etiopía justo ahora que se terminaron las vacaciones?, ¿por qué llevan tanta cosa? Se me ocurre que tal vez lleven a sus familias cosas que en África no hay pero aún así miro mi maleta morada con desconfianza. ¿Me faltará algo? Esperemos que no. En el vuelo me toca a lado de una mujer desconsiderada y gigantesca. Ella se pone un cojín para que no se le tuerza el cuello, se duerme y se desparrama. Yo, aplastada, me duermo un rato también. Llegamos. 

Todavía no estoy en África. África está pasando migración y en migración hay muchísima gente. Nos acomodan en filas según un criterio que desconozco, la mía no es muy larga, pero se mueve lentísimo. Me pongo a hablar con un español que también viene con una ONG. Me mareo y me asusto un poco. ¡Mierda! ¿Justo ahora me tenía yo que poner mal? El hombre, que resulta que es médico, me dice que no es nada, se ofrece a hacer la cola por mí y me dice que me acueste. Me tiro en el único banco de la sala, donde además hace un calor espantoso y una mujer que pasa me regala un chocolate. 

Salgo de esa sala espantosa, se me pasa el mareo y espero la maleta. Tarda muchísimo, pero llega. Ahora sí ya llegué. Salgo del aeropuerto y me encuentro con un mar de gente, una multitud frente a una valla de las que se ven en los conciertos o cuando va a pasar alguien importante, pero sólo pasamos nosotros, gente con cara de cansada y muchos bultos. No veo a Wondu por ningún lado y me abordan todos los taxistas del mundo. A uno le digo que ya me están esperando y saca su teléfono: No lo has encontrado, llámalo. Le explico que no he empezado a buscar, pero insiste: es más fácil, llámalo. Como tiene toda la razón le hago caso. 

Wondu sale de entre la multitud, me da la bienvenida y me abraza. Me pregunta si había estado en Etiopía y cuando le digo que es mi primera vez en África se ríe, me da otra vez la bienvenida y me abraza. En el camino me cuenta muchas cosas y cada vez que lo hago reír o coincidimos en algo, las choca. Me dijo cómo decir algunas palabras como 'hola' y 'plátano' en amhárico (que ya olvidé) y que Etiopía es un país en desarrollo, por eso hay tantos edificios en construcción. Es verdad, el camino del aeropuerto es verde y gris.