The same (sort of) but in English

martes, 24 de marzo de 2020

Corona



No necesita traducción ni contexto: corona. Aquí tampoco hablamos ya de otra cosa. Corona en el noticiero, corona por teléfono, corona pegado en las paredes, corona en los chistes, corona en el miedo, corona cada vez más cerca. Está todo en las manos (bien lavadas) de dios. Eso es lo que dicen aquí. 

Gel antibacterial, sana distancia, conspiración, confinamiento. Dudas. Nadie parece saber muy bien qué hacer, todos miran al rededor, preguntan, sugieren, critican, copian, memorizan las últimas estadísticas. Yo ni para eso soy buena. Desde hace mucho me suena a muchísimos, con más o menos ceros entre infectados y muertos locales o globales. 

Aunque muchas veces no la digo, de vez en cuando sí tengo una opinión más o menos formada de lo que tocaba hacer, de si se hizo bien, de qué creo que se hizo mal, o por lo menos de preguntas que necesitaría responderme. Ahora no tengo nada. Yo ya no sé qué medidas son demasiado radicales y cuáles adecuadas debido a lo dramático y volátil de la situación. Tengo miedo, y un 'panicómetro' instalado con un amigo, que hace que la cifra salga siempre un poquito más baja nada más porque me hace reír. 

Más que enfermarme yo, me asusta la incertidumbre de lo que va a pasar, la idea de que enfermen personas a las que quiero, la idea de que el virus entre al campo de refugiados y tantos otros sitios donde no tienen cómo defenderse, los negocios en quiebra, lo que viene.  

Me da la sensación de que algo se hizo muy mal desde el principio, hay algo llevaba ya mucho tiempo roto. A ver si logramos usar esta crisis para encontrar las grietas y empezar a sanarlas.     

martes, 17 de marzo de 2020

Confesión


Mamá también murió un día 13 y yo vuelo un día 13 por segundo año consecutivo. En la sala de espera me entero de que los africanos tienen con el tiempo una relación distinta de la occidental. No están a su merced como nosotros, que lo entendemos como un elemento implacable que obra con independencia de las personas. Para ellos, explica el autor, las cosas suceden cuando la gente decide que es momento, cuando pueden, cuando están listos, independientemente de la hora. 

A penas despegó el avión, frente a la perspectiva de pasar algunas horas en una sala de espera me asaltó una pregunta que parecía haber estado esperando al acecho: ¿Qué estoy haciendo? No habría nadie buscándome al otro lado y tendría frío. Me sentí cansada. 

Después pensé en África. En hacer algo porque quiero, sin más razón ni obligación que perseguir un sueño y volví a ilusionarme. En el avión estoy nerviosa y duermo poco. Entrego mis horas alegremente a 'Devil wears Prada' y una versión renovada de Tetris. No, no tenía que venir. Quiero. 

Pienso en los ciclos. Pienso en los ciclos que tienen que ver con el nombre del tiempo y en cerrarlos, que tiene que ver conmigo. Así que un día 13 me levanto muy temprano para tomar un avión y otra vez mi madre no estará ahí para verlo. Voy sola y no, y cada vez más lista para acompañarme por todos los días 13 que han pasado y los que no. 

jueves, 5 de marzo de 2020

Refugiados

Nguenyyiel


El camino al campo de refugiados es de las pocas cosas que son tal y como me las imaginaba. Es como en las películas: El chofer local conduce la camioneta que lleva una banderita al frente y el logo de la ONG por todos lados. Escuchamos música y nos movemos por un camino de tierra en medio de la nada. De vez en cuando se cruza una cabra, una mujer que lleva leña, una vaca o un grupo de niños.   

La idea del campo de refugiados es la que más tiempo me consumió antes de llegar. Traté de leer, de preguntar, de informarme para poder imaginarlo, pero no logré nada. Ingenuamente, pensé que cuando lo viera podría entenderlo. No. Describir la experiencia de un campo de refugiados se me antoja tan complicado como reconstruir la copa reventada por un grito completamente a ciegas. Lo consecuente sería tal vez no escribir nada. 

El campo reverbera en mí hasta mucho después de haber salido. Mientras estoy allí tengo dos posibles estados anímicos que desgraciadamente no controlo: completamente presente y entregada a lo que tengo delante, o absolutamente desorientada al punto de no recordar la puerta por la que acabo de salir. 

Si ya intelectualmente la idea me resulta compleja, emocionalmente no tiene ni pies ni cabeza: gente que vive confinada a un espacio delimitado específicamente para ella y que difícilmente puede abandonar. Gente que depende de la ayuda de otros, de la buena voluntad de otros, de la logística y de la buena suerte para tener agua y comida. Son extranjeros, son extraños, hablan otra lengua, son negros, son hordas, están cansados. 

Más allá de eso, la visita al campo de refugiados invariablemente me hace sentir triste aunque siempre aprendo, me río y, de alguna manera, lo paso bien. Eso es lo inquietante, lo paso bien porque gente como Simon me cuenta historias mientras me explica el significado de su brazalete, las mujeres me preguntan por el significado de mi tatuaje mientras intentan borrarlo y me explican el significado de sus nombres, los niños me tocan el pelo y me hacen parte de un juego que no entiendo, pero juego. 

Yo escucho, hago preguntas, observo, tomo notas y me siento un poco avergonzada y culpable por pasarla bien con ellos porque no sé qué es lo que yo les estoy dejando, quisiera darles todos los abrazos, porque eso no tendría que haber pasado, porque al final del día yo dejo el campo, y ellos no.