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martes, 7 de enero de 2020

Wondu

La vista desde mi hotel en Addis Abeba

Después de unos días en Sevilla que se merecen su propia entrada de lo bonitos que fueron llega el tan esperado momento. Ahora sí ya me voy a Etiopía, mañana, en pleno Día de Reyes para amanecer en Navidad. Sí, todavía no entiendo por qué, pero en Etiopía, además de que estamos en el año 2012 según su calendario de 13 meses (doce de los cuales son más o menos largos y el último dura unas veces 5 días y otras 6. En esos días, como no supieron muy bien qué hacer con ellos, no cuentan, y como no cuentan, se trabaja sin paga). Todo esto me lo cuenta Wondu, el chofer que me llevó del aeropuerto al hotel, pero todavía falta un rato para conocer a Wondu. 

En la cola del aeropuerto hay mucha gente, muchos niños y muchos bultos. No lo entiendo, ¿para qué quiere toda esta gente ir a Etiopía justo ahora que se terminaron las vacaciones?, ¿por qué llevan tanta cosa? Se me ocurre que tal vez lleven a sus familias cosas que en África no hay pero aún así miro mi maleta morada con desconfianza. ¿Me faltará algo? Esperemos que no. En el vuelo me toca a lado de una mujer desconsiderada y gigantesca. Ella se pone un cojín para que no se le tuerza el cuello, se duerme y se desparrama. Yo, aplastada, me duermo un rato también. Llegamos. 

Todavía no estoy en África. África está pasando migración y en migración hay muchísima gente. Nos acomodan en filas según un criterio que desconozco, la mía no es muy larga, pero se mueve lentísimo. Me pongo a hablar con un español que también viene con una ONG. Me mareo y me asusto un poco. ¡Mierda! ¿Justo ahora me tenía yo que poner mal? El hombre, que resulta que es médico, me dice que no es nada, se ofrece a hacer la cola por mí y me dice que me acueste. Me tiro en el único banco de la sala, donde además hace un calor espantoso y una mujer que pasa me regala un chocolate. 

Salgo de esa sala espantosa, se me pasa el mareo y espero la maleta. Tarda muchísimo, pero llega. Ahora sí ya llegué. Salgo del aeropuerto y me encuentro con un mar de gente, una multitud frente a una valla de las que se ven en los conciertos o cuando va a pasar alguien importante, pero sólo pasamos nosotros, gente con cara de cansada y muchos bultos. No veo a Wondu por ningún lado y me abordan todos los taxistas del mundo. A uno le digo que ya me están esperando y saca su teléfono: No lo has encontrado, llámalo. Le explico que no he empezado a buscar, pero insiste: es más fácil, llámalo. Como tiene toda la razón le hago caso. 

Wondu sale de entre la multitud, me da la bienvenida y me abraza. Me pregunta si había estado en Etiopía y cuando le digo que es mi primera vez en África se ríe, me da otra vez la bienvenida y me abraza. En el camino me cuenta muchas cosas y cada vez que lo hago reír o coincidimos en algo, las choca. Me dijo cómo decir algunas palabras como 'hola' y 'plátano' en amhárico (que ya olvidé) y que Etiopía es un país en desarrollo, por eso hay tantos edificios en construcción. Es verdad, el camino del aeropuerto es verde y gris.




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